"Desconfio de la incomunicabilidad; es la fuente de toda violencia"
J.P. Sartre
No se como lo llamarán los expertos, pero cuando te sientas en un teatro, se apagan las luces y se bajan las voces, notas perfectamente como entras en otra dimensión. Empiezas a pertenecer a algo vivo que tiene su propia identidad y sus propias reglas en las que cualquier cosa es posible. La principal para mi, es la mas arrebatadora libertad. La misma que sirve para levantarse e irse.
El carnaval, según como algunos entienden su tradición, es una forma de teatro llano, sin templo, pero con el alma suficiente como para crear un paso a la percepción. Es el humor apoderándose de lo grotesco, el espacio que crea el débil, por fin, para reírse del poderoso.
El títere es una forma de literatura, así lo dice la tradición española, tan simple y tan directa que Jovellanos pensó que había que prohibirlo. Pero que ha pasado por las plumas de Cervantes, Lorca y Valle Inclan. Tiene una poderosa poética y el que mueve los hilos entendemos que tiene el poder. El poder, solamente de la palabra, en este caso.
Sin duda los títeres son capaces de crear esa dimensión. Ese sano espacio donde aceptamos surfear una ola que nos susurra, nos exclama, nos escupe, en un carrusel del que esperamos que alguna vez nos transporte al centro del universo, que nos tire al suelo con el mismo vigor que un padre alecciona, para decirnos: "¡¡Aqui esta la realidad, chaval, no te escondas!!"
¡Joder! Pues si, es cabreante que nos quiten esa dimensión. ¡Que indecencias se cometen! y los interesados vociferadores sin cambiar de discurso. ¿Es posible que determinadas actitudes contra la cultura sigan vigentes, incluso acentuadas? He oído gente respetable decir que en los ochenta se hubiese montado un buen pollo. ¿Acaso es equivocada mi inacción actual?
Bueno, menos mal que entra por mis oídos Zappa, libérrimo
Y Toni Lomba. Hace poco me enseñaron una canción de este loco gallego y su compinche que ahora la descubro genial. Podría ser un ensayo simbólico sobre la ironía y la libertad de expresión que sonrojaría a cualquier experto del tema. La canción se llama España, españa. ¿Que hacemos Fernandez Diaz? ¿La prohibimos?
¿Y el fútbol? Eso lo entiende todo el mundo, por eso no lo prohíben. Pero todavía me alegro cuando veo a unos niños en pendiente, entretejidos por arbolillos, piedras y perros, posando el balón en el centro, dispuestos a entrar en otra dimensión.